Notitas

―Uy, le erré. Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda... –susurró Martín.
―Qué dios se apiade de vos –bromeó Daniel, aunque estaba un poco preocupado por su compañero de banco, el argentino que estaba entrando en plena crisis nerviosa.
El rubio se agarró la cabeza, murmurando improperios, juramentos y, por así decirlo, las puteadas más grandes dichas por el hombre.
―Manuel Gonzales, ¿Qué está haciendo? ―preguntó la profesora al chileno, mientras éste escondía con apuro el avioncito de papel que le había golpeado la cabeza.
―Nada.
―No se distraiga, preste atención, Gonzales.
―Sí.
Una vez que la profesora reanudó la clase, Manuel abrió el avioncito que traía una nota consigo, sin saber que estaba dirigida al rubio de anteojos que estaba sentado diagonalmente adelante suyo.
“Sebas, me aburro, qué hora es?”
Así comenzaba la conversación, con la evidente letra de Martín.
“¿Y tu celu? ¿Se te cayó al inodoro otra vez?”
Manuel sonrió, divertido.
“BOLUDO” (estaba escrito bien grande, ocupando media hoja) “si” (decía a un costado, chiquito)
“Jajaja dejá de mandarme avioncitos que le vas a pegar a Manuel.”
“Noo, me muero, me suicido si le pega a Manu”
El chileno frunció el ceño.
“Que exagerado, no es como si estuviéramos hablando explícitamente de “eso” “
“Ya sé, pero vas a ver, ¡Hoy es el día! Por ahí lo invito a salir.”
Abrió los ojos grandes, atónito, releyendo una y otra vez la frase antes de dar vuelta la hoja para seguir leyendo.
“Eso dijiste el otro día y el otro y el otro del otro”
“No seas hijo de puta, esta vez me animo, creo, por ahí, si no salimos tarde o tan temprano, viste”
“Animate, si yo nunca me hubiera animado no hubiera podido salir nunca con Lu”
¿Quién era Lu? Esperen, ¿Luciano? ¿El “mejor amigo” de Sebastián? Manuel estaba súper shockeado. Le faltaba leer la última línea.
“No sé, me parece que es medio al pedo. Mejor lo dejo para otro día”
Esa era la frase que no le había llegado a Sebastián.
Al terminar las clases, Manuel enfrentó a Martín, con el papel en la mano.
―¿M-Manu? Hola... –dijo sorprendido, sin saber qué responder si comenzaba a gritarle en frente de todos en la salida del colegio.
-¿Y?
―¿Y qué? –-preguntó el argentino confundido.
―¿No me ibas a invitar a salir? ―Inquirió, desviando la mirada.
Siguió un silencio incómodo.
―Ah... sí... entonces, ¿Querés salir?
―No poh no soy fleto weón culiao.
―¿Qué? ―Martín quedó doblemente sorprendido, sin entender nada de nada.
―Que nos encontramos en la plaza que está a la vuelta de mi casa. Weón.