literature

La psicologa (ArgxChi-Pasicologa!Reader) Cap1 Dia1

Deviation Actions

PokeStand's avatar
By
Published:
2.1K Views

Literature Text

Estás contenta.
El otro día te trasladaron como psicóloga de una escuela y ya te encargaron dos chicos, a quienes conocerás hoy. Te encanta tu trabajo, ayudar a los demás a resolver sus problemas te hace sentir una persona superior a los demás, porque sabes que ayudas y contribuyes al bien del mundo... Sin soberbia ni egocentrismo, así piensas. O algo así. Es interesante analizar a las personas, ¿No? Después de todo, por eso y por otras razones escogiste la carrera de psicología.
El colegio es amplio, de una estructura antigua pero no tanto. No logras reconocer la época, ya que parece que fue reformado hace poco. Es un edificio hermoso mas no te detienes a observarlo, estás ansiosa por conocer a tus “pacientes”.
El director te recibe en su oficina con una sonrisa amable y hay algo más en su rostro. ¿Culpa? Sin duda es cansancio, y algo más. No sabes si es culpa u otra cosa. Pero parece exhausto, lo ves en sus facciones, en su cabello marrón descuidado...
−Buenas tardes, señorita (Su nombre). Soy el director Antonio Fernández Carriedo. Espero que el establecimiento sea de su agrado. –le dice con una sonrisa más grande, algo forzada y un acento español muy marcado.
−Sí, gracias −agradeces sin decir más.
-Bien. Llamaré a los chavales que me han estado causando algunos problemas... –suspiró, refregándose los ojos.
− ¿Está bien? –Preguntas.
−Sí, sí, solo que realmente me producen problemas y también tengo los míos propios. Usted me entiende, ¿A que sí? –suspiró.
Asientes, preguntándote a quién diablos te tocó atender que de vuelta un colegio y ponga así al director.
−Ahora conocerá al alumno que más ganas tengo de expulsar... en realidad, lo quiero mucho, pero ya sabe, se la ha estado liando muy mal.
Asientes, diciendo que estás de acuerdo. Que las sesiones durarán el tiempo que él diga.
− ¿Sesiones? No, espera. Nada de sesiones, mientras estáis en este establecimiento, quiero que permanezcas con ellos.
Le preguntas cómo harás para hacer eso si se trata de dos alumnos diferentes.
−Bueno, lo importante es que estés con ellos el mayor tiempo posible para evitar que hagan de las suyas, pero si no puedes... joder, al menos sigue a uno de ellos, ¿Está bien?
Eso suena a mucho trabajo, sin embargo, sigues contenta, por lo que asientes.
− ¿Y los alumnos?
−Empezarás por Martín. –afirma.

El director Fernández entró a la oficina con un chico alto de llamativos ojos verdes. Tenía el cabello rubio descuidadamente peinado al medio, con un curioso rizo que le daba un aspecto carismático, incluso se podía agregar el adjetivo “tierno”. Pero la ropa contrastaba un poco con su cara de niño. La remera del chico decía Megadeth como el logo de la banda, y venía acompañada por una campera de jean vieja. ¿Era metalero? Eso parecía. Sus pantalones, también de jean oscuro, tenían un agujero en la rodilla izquierda, dejando ver que debajo tenía vendas. Como detalle llevaba unos auriculares grandotes adornando su cuello, del cual salía un murmullo, indicando que la música estaba prendida.
El chico, Martín, también te observaba detenidamente.
El director carraspeó, interrumpiendo el silencio de la primera impresión.
−El aula 16 está vacía, pueden conversar ahí. Cuando terminen, Martín puede volver a clases.
El rubio hizo una mueca de molestia cuando mencionaron las clases.
Agradeces al director por la bienvenida tan solo por respeto, saliendo de la oficina, inquiriendo al español donde quedaba dicha aula. Pero no te contestó, sino que cerró la puerta distraídamente. No te escuchó.
−Por allá –indicó el argentino, señalando a lo lejos el pasillo –seguime.
Lo sigues hasta llegar a un aula pequeña y vacía. Martín se sienta en el escritorio, esperándote. No lo retas, no le dices nada. Tomas una silla y te sientas en frente de él, aunque tienes que alzar la cabeza.
Te presentas, con nombre y apellido. Le cuentas algo de ti. Le sonríes un poco, para dejar de lado ese silencio incómodo por parte del otro. Luego le pides que él haga lo mismo, que se presente y que te cuente algo interesante de su vida.
−Hemm... soy Martín Hernández... tengo 18 años... tengo una banda, mi viejo arregla autos, mi vieja se murió hace tiempo, soy el sobrino del director pero él me odia porque me porto mal, me chupa un huevo y muchísimas gracias por evitarme la clase de matemática, realmente no entiendo un choto y teníamos prueba.
Te pones de pie, sentándote a su lado. Le informas que su tío no lo odia, aunque sí está muy cansado. Añades que crees que es por su culpa. No dices nada sobre su grosera forma de hablar, porque en el fondo te gusta que te trate con confianza. Vas directo al grano, preguntándole qué es lo último que hizo.
Martín meditó antes de sonreír.
−Nada malo, solo que Antonio descubrió mi escondite secreto.
Lo miras intensamente, inquiriendo sin palabras, esperando a que continúe.
−El... ¿Techo...?
− ¿Por qué tu escondite secreto es en el techo? –es inusual, por eso es obvio preguntarle.
−Porque nadie sube al techo, dah. Entonces me podía quedar escuchando música hasta que terminara el día.
Dices que pensabas que la historia tenía algo que ver con la herida de su pierna.
− ¿He? –Se toca el agujero del jean –Nah, nada que ver. Me caí de una de las motos que arreglaba papá.
Señalas que él no tiene edad para conducir, exigiendo una explicación sin decirlo. Él se encoge de hombros.
−Nunca dije que la conducía. Solo me subí y estaba tocando la moto, los manubrios y todo eso, y la arranqué sin querer. Osea, nada de lo que está en el garaje de mi viejo funciona, por eso no creí que arrancara. Pero me hice mierda...
−Sí, me di cuenta de eso –bromeas y él frunce el ceño, pero sonríe.
Parece que le caes bien. Le preguntas por la banda de la que te contó antes.
−Sí, una banda de rock que va tirando al metal. Todavía no tenemos nombre.
− ¿Y los integrantes?
−Uh, eso es complicado, ¿No? Bueno, está mi hermano que me ayuda con las letras y las composiciones, y un amigo que toca la batería. Yo quería aprender a tocar la batería, aunque soy el que toca la guitarra eléctrica y canta. Pero creo que mi hermano, que a veces tocaba el bajo, le va más la guitarra eléctrica asique tenemos que buscar otro bajista o un... bueno, es un bardo.
Dices que están mal organizados y él hace que sí con la cabeza. Notas su entusiasmo y su imborrable sonrisa desde hace rato. Le preguntas por qué hace lo que sabe que no debe hacer. Agregas que eso preocupa y afecta a los demás.
−Bueno... ¡Yo qué sé! Yo hago lo que quiero, lo que a mí me parece que está bien. Digo, vida hay una sola, y no me va eso de perderla en años de escuela. El cole nunca hizo nada bueno por mí, solo me da problemas.
Murmuras algo así como que él es el que le da problemas al colegio.
−Mirá, si no fuera por mi tío, yo estaría ganándome la vida afuera del colegio, no acá. Te juro que odio las clases. Solo vengo al cole por mis amigos y a calentar la silla del banco.
Te quedas un rato en silencio antes de decirle que han terminado por hoy. Le explicas que deberán estar juntos de todas formas porque el director lo dijo pero que ahora debía conocer al otro chico.
− ¿Otro chico? Creí que era el único... ¿Quién es?
−No sé –admites.
−Mmm... Seguro que es Manuel. –Afirma pensativo.
− ¿Quién es?
−No sé, no lo conozco. Pero es el único del que escuché, después de mí, que el director lo llamó a su oficina.
− ¿Por qué?
−Creo que se agarró a piñas con unos pibes en la puerta del colegio. Ni idea. No conozco ni a Manuel ni a los que golpeó... o mejor dicho, que lo golpearon.
− ¿Está bien? –inquieres algo preocupada.
−Qué sé yo. Es medio pelotudo si se enfrenta solo contra muchos. ¿Para qué meterse en una pelea que sabe que no puede ganar? No tiene nada de calle. Es un boludo.
Le pides que no hable así, que probablemente tenga una razón.
−Ah, no, ni idea de por qué se pelearon. –jugaba con el cable de sus auriculares.
Asientes, meditando. Te despides, diciéndole que debe volver a clases, que ha sido un placer charlar con él y que pronto se verían.
No mientes, para ser un chico problemático, Martín era amable y simpático, y en ningún momento te faltó el respeto. Eso lo valoras, aunque sea estúpido.
− ¡Ay, pero no quiero ir a la prueba! –se queja con tono infantil, haciéndote un puchero.
Te apiadas de él. Le pides una hoja y una lapicera y él abre su mochila, sacando una carpeta llena de figuritas de personajes de Marvel, dibujos hechos por quien sabe quién sobre temas diferentes e inscripciones y firmas. Sacó una hoja blanca y te la dio, guardando la carpeta para rebuscar por la mochila. Saca una birome suelta por ahí. Le preguntas si tiene cartuchera.
−Nah, ¿Para qué? Solo uso la birome y el lápiz para dibujar. El resto no lo necesito, si no, pido prestado. –Te pasa la lapicera.
Anotas una disculpa a la profesora, solicitando que por favor no le tomara el examen al alumno ya que le habías arrebatado el tiempo para hacerlo, asique pides que pase la prueba para otro día.
−Che, te amo –dijo en broma, riendo, inclinado para ver lo que ibas escribiendo. Te saca el papel – ¡Gracias, gracias, gracias...!
Se despiden y el sale.
Inmediatamente, la puerta es golpeada, avisando que hay alguien afuera.
-Pase –dices alzando la voz.
Si hubiera un contrario físicamente a Martín, ése era Manuel.
El chico era pequeño de cuerpo, bajo y flacucho. El rubio era corpulento y grandote, además de alto. Este alumno ni siquiera era rubio, sino que las hebras lisas de color marrón oscuro caían por su cara, medio tapándole los ojos, el flequillo inclinándose hacia el ojo derecho. Su expresión era de molestia, como si hubieran interrumpido un momento importante, aunque parecía más tímido que otra cosa. Su ropa era simple y estaba bien limpia e incluso olía rico, usaba una sudadera gris que le quedaba un poco grande, y abajo unos jeans claros. Llevaba puesta la capucha y debajo de ella, podía verle un solo auricular, de los chiquitos y normales, puesto en su oído.
Se sentó en una silla y ahí te das cuenta que estás sobre el escritorio. Te bajas, avergonzándote un poco y tomando asiento frente a Manuel.
Haces lo mismo que con Martín, te presentas. También le pides que haga lo mismo.
-Soy Manuel Gonzales. –Se quita el auricular, guardando el celular. Duda y piensa en lo que va a decir y sin embargo se queda en silencio.
Le pides que te cuente algo sobre él.
− ¿Algo como qué?
−Sobre tu familia, amigos, sobre lo que te gusta hacer... algo –le contestas.
-Tengo 17. Mi papá está trabajando en Chile. Mi mamá me trajo aquí a Argentina para empezar una nueva vida. Allá éramos muy pobres. –bajó la vista con expresión seria. –Me gusta estudiar –admite. –Porque algún día seré universitario y podré mantener a mis padres.
Te enternece ese pensamiento. Le sonríes, diciendo que eso está muy bien. Pero, agregas, los peros siempre dejan las frases abiertas. Inquieres por la pelea, sin decir de dónde te enteraste.
Se queda callado.
Le dices que se nota que no habla mucho, pero que eres de confianza. Que te gusta ayudar a los demás, no obstante, eso no se puede si los demás no te cuentan todo lo que les sucede. Le pides que se sincere, que creen un vínculo de confianza, de amistad. Aunque no es más que una profesión, le dices que en secreto te gusta hacerte amiga de tus pacientes.
El chileno escucha atento, esta vez mirándote con esos hermosos ojos color miel. Luego vuelve a bajar la vista.
−Ellos empezaron la pelea. Se burlan de mí porque dicen que soy nerd y esas cosas. Me sacaron mi cuaderno de anotaciones donde escribo un libro...
−Solo querías que te devuelvan tu libro –deduces, completando su frase. Manuel asiente, triste. Le preguntas por qué lucha solo, por qué no buscó ayuda.
−No tengo amigos.
Esa sola oración te entristece, teniendo ganas de consolarlo. En vez de eso, le preguntas la razón.
−No me quieren aquí. Por mi está bien, yo vengo a estudiar, no  a hacer amigos.
Niegas con la cabeza, explicándole que la escuela no solo te enseña lo que saben los profesores y lo que está en los libros. La sociabilidad es importante y una enseñanza también.
−No me importa –dice, pero sabes que está mintiendo, por la forma en que evita tu mirada.
Aun así, no lo remarcas. Cambias de tema, a algo en lo que se sienta más cómodo. Le preguntas sobre qué escribe.
−No sé. De todo un poco. Historias de amor trágicas, ciencia ficción, cosas sobre la historia...
Le sonríes un poco, contándole que también escribías cuando niña.
− ¿Y qué escribías? –Pregunta, curioso− ¿Por qué dejaste de escribir? –Abre la boca para seguir hablando, pero calla.
Le cuentas, un poco incómoda, que escribías fanfictions por internet. Te saltas el hecho de que eres fushoji, mierda, el chico no necesita saberlo. También añades que en realidad no has dejado de escribir, sino que el trabajo es más importante ahora y que tampoco eras muy buena, aunque a veces te sientas y escribes algo.
Ves un asomo de sonrisa en su rostro, nada más.
-Yo publicaba algo de eso en Tumblr, pero no hago fics. –Se tira un poco atrás en la silla, pegándose al respaldo.
Toca el timbre. El tiempo ha pasado volando.
− ¿Ya terminamos? –Musita, echando una mirada fugaz a la puerta.
−Como quieras. –respondes. También le dices que si tiene algo importante que hacer en el recreo, que vaya.
−No. –Niega, levantándose. –Pero quería ir al kiosco. Si querís, acompáñame.
Asientes y también te pones de pie, sonriéndole un poco.

Le cantina del colegio es un completo ida y vuelta de chicos. Manuel se mete entre todos ellos para llegar al kiosco donde atienden. Tú le haces señas de una de las mesitas que está desocupada y lo esperas. Llega al rato, con un juguito de cartón y unas galletitas de oblea.
− ¿Querís? –Me ofrece amablemente.
−No, gracias. –Le preguntas qué clase tiene después.
−Historia.
− ¿Te gusta?
−Algo. La profe es media molesta, nos anda gritando todo el tiempo, pero las pruebas son fáciles... –come una galletita, tranquilo.
Sientes que has ganado algo de su confianza y eso te pone contenta. Le avisas que irás por un café.
−Ten cuidado, los chicos empujan.
El chileno no se equivoca, sin embargo, quien te empujó te pide disculpas y te deja su lugar. Compras y sales lo más rápido que te es posible, para volver con Manuel.
Notas que lleva de vuelta puesto su auricular. Le preguntas qué está escuchando. Te pasa el otro auricular.
Reconoces Another brick in the wall de Pink Floyd. Le sonríes un poco, devolviéndole el auricular. Él sigue comiendo.
Los dos terminan un minuto después de que tocara el timbre otra vez. El castaño tira el cartón de jugo al tacho y se guarda el resto de las galletitas. Mientras sigues a Manuel a su aula, te encuentras con el director.
−Hey, logré cambiar a Manuel al aula de Martín, ¿Qué les parece? Así tendrás más tiempo con los dos en vez de ir de salón en salón...
Replicas que no, que tienen diferentes edades, confundida.
−Sí, lo sé, pero Martín repitió, en realidad están en el mismo año pero en diferente curso –me explica, Manuel no dice nada− solo arreglé para pasar a Manuel al aula de Martín. No hay problema, ¿No?
El castaño negó con la cabeza.
−Iré por mis cosas –anunció antes de marcharse.
−Es muy introvertido –te dijo el español en cuanto el joven desapareció en la esquina de un pasillo. –me preocupa... no tiene amigos, no se lleva bien con los chicos y desde hace poco se ha estado peleando con ellos, cada vez más grave.
Pobre, piensas. No sabes que responder, por lo que solo asientes por millonésima vez en el día.
Al rato vuelve Manuel, con su mochila.
−El salón de clases de Martín es el aula 5. Gonzales, puedes indicarle a la señorita por donde es, ¿Verdad? –le revolvió el cabello y el chileno lo miró con cara de pocos amigos. Acto seguido, el español se marchó.
−Es una buena oportunidad para hacer amigos –acotas, mas él no te presta atención. Llegan al aula 5 y, antes de entrar, Manuel te mira.
−No. Yo odio a los del aula 5. Son los peores.
Estuviste a punto de replicar, de replicarle que no diga esas cosas.
Pero al parecer, Manuel no estaba tan equivocado.
Una profesora gritaba y gritaba hasta quedarse sin voz. Papeles volaban por los aires, un barullo y gritos chillones por parte de los alumnos, idas y vueltas como si fuera recreo.
Localizó a Martín, quien estaba sentado arriba del banco de la primera fila, la más alejada de donde estabas tú, agitando las piernas que le colgaban con aire infantil. Le hablaba a un castaño con cara de niño y ojos parecidos al argentino, los dos muy animados. En el banco de atrás, un rubio de anteojos participaba de la conversación.
Todos los ojos recayeron en ti y en Manuel. Todos callaron, todos menos uno.
− ¡...porque la mina tenía una par de tet...!  −Martín calló, ahora todos lo miraban a él. El castaño se tapó la boca, riendo en silencio. −...Teteras victorianas que serían algo así como un patrimonio cultural... –su voz fue bajando hasta ser nula. Se oyó una risotada por parte del compañero de banco del rubio, quien sonreía pícaramente al curso.
−Martín –casi le gruñó la profesora, masajeándose el entrecejo.
− ¿Qué? –respondió el aludido.
La profesora no le respondió y se volvió hacia ti.
−Soy la profesora de geografía, es un placer conocerla. Chicos, ella es (Tu nombre), la psicóloga nueva de este colegio. Espero que le den una cálida bienvenida. Oh, y tendrán un nuevo compañero, Manuel Gonzales, ¿No? –Chequeó en su lista el nombre- Sí, así es. Bueno, como los dos que tienes que atender están aquí, Daniel, ¿Te podés sentar con Sebastián para dejarle el lugar a Manuel?
El castaño puso mala cara pero comenzó a juntar sus cosas. El argentino le tiró una mirada iracunda al chileno, mas no dijo nada.
Manuel tampoco estaba de humor. Se sentó al lado del argentino con cara de pocos amigos (irónicamente) y te sientes un poco mal por él. Te recuerda a ti misma en el primer día de universidad.
Agradeces a la profesora y sonríes medio tímida a la clase, poniendo una silla al lado del rubio.
Le preguntas como le fue con la de matemática.
−Puff... la hija de puta me miró con una cara... me quería comer crudo, me estaba por cagar a pedos pero se quedó callada, fue genial –rió, sonriente.
Le dices que no será para todos los días. Que estudie. Martín vuelve a reír, negando con la cabeza. Manuel lo mira con rabia.
−No es bueno no estudiar –lo retas un poco.
−Meh, yo ya te expliqué.
Estás por seguir hablando cuando la profesora lo hace antes que tú.
−Es realmente un alivio que esté aquí –te dice, claramente está estresada. Y probablemente sea la culpa de Martín.
-Sí... –no quieres agregar nada más y ella comienza por fin la clase.
Manuel toma nota, no se le escapa un solo detalle a su resumen.
Mientras, Martín hace su propia versión semi-pornográfica de Fem!Thor, con ropas vikingas rotas, usando  su gran martillo para...
−Martín –susurras, empujándolo suavemente por el hombro.
−Dejalo –dice una voz detrás de ti. –Es un rebelde sin causa.
Habló el rubio de anteojos, ahora que lo ves de cerca se parece mucho a Martín. ¿Será su hermano? Por el parecido, es posible.
−Todos tienen causa –le sonríes.
-Tincho no –afirma.
−Pero Tincho es así –lo defiende el castaño.
−Aww siempre del lado de mi hermano –se burló el rubio, haciendo sonrojar al castaño y confirmando tu teoría de que son hermanos.
Martín los ignoraba.
−Encima dibuja bien el hijo de puta –murmuró el hermano de Martín, inclinándose por el hombro de Martín.
Estaba en lo cierto; el dibujo era bueno. Pero no es lo que se debe dibujar en el colegio.
− ¿Cómo se llaman? –le preguntaste a los chicos del banco de atrás.
−Yo soy Sebastián. Él es Daniel –dijo el rubio.
Asentiste, algo de eso entendiste por lo que dijo la profesora. Por formalidad les repetiste tu nombre.
La clase pasó así; Manuel hacia resúmenes, Martín dibujaba versiones femeninas pornográficas de los Avengers, Sebastián prestaba algo de atención y tomaba nota de vez en cuando y Daniel trataba de copiar los dibujos que el rubio le pasaba, sin mucho éxito.
−Tenés que encontrar tu propio estilo –le repetía Martín, mas el otro lo ignoraba, ensimismado en copiarse del otro.
−Cuando me salgan tus dibujos, sé que podré hacer cualquier cosa –le respondía siempre, mas comenzaba a darle una forma pintoresca a sus propios dibujos.
Tocó el último timbre, anunciando el término de clases. Acompañas a los cuatro alumnos a la puerta.
− ¿Se van en tren? –mantienes la esperanza de que digan que sí, te has mudado hace poco y no conoces mucho. Compañía no te viene mal, sueles ser un poco infantil a pesar de que ya eres bastante grande para ello.
−Sip –le dice Martín –vamos los tres.
Le preguntas a Manuel.
−Yo voy en colectivo... aunque puedo ir en tren –cuando termina la frase parece arrepentido por haberlo dicho, como si no quisiera venir con nosotros.
Por supuesto, nos está evitando y eso no te gusta nada, por lo que finges que estás feliz, diciéndole que entonces los acompañe.
Todos esperamos en el andén, Sebastián compra bizcochitos en el kiosco de la estación. Les ofrece a todos y comen, excepto Manuel, quien se negó. Comienzas a creer que el director tiene razón. Él es muy cerrado, pero de alguna forma también es maravilloso... bueno, será un desafío descubrir al misterioso, piensas mientras te llevas un bizcochito a la boca.
Los chicos hacen lio en el tren, se ríen y alzan la voz, molestando a los pasajeros. A ti solo te da gracia. Solo deseas que Manuel se integre. A las tres estaciones, ellos se despiden, saludándote amablemente. Te quedas a solas con Manuel (a solas con todos los pasajeros).
Logran conseguir un asiento y le preguntas la parada al chileno. Te responde, tú te vendrías a bajar dos paradas después de él, en la anteúltima. Se lo dices amistosamente. Él baja la mirada.
− ¿Qué pasa?
− ¿Creís que por todo el ruido que hacen esos weones voy a poder estudiar? No me gusta nada –le confiesa, arrugando la nariz.
Te das cuenta que tiene un poco de razón. Pero le informas que quieres que se integre. Que se haga amigo de los chicos esos, que son buenos.
− ¡No lo son! Un chico que dibuja –baja la voz –pornografía –sigue hablando normal –no es buen chico, mucho menos sano.
−Sí lo es, Manuel. –le discutes. –Es como normal a su edad.
−Yo no hago eso.
−De hecho –continuas, explicándole que crees que él y Martín son como el agua y el aceite. Y que por eso deben mezclarse. –Martín necesita de tu organización, tu paciencia y tu modo de ser. –le cuenta. Concluyes tu idea diciéndole que él necesita lo contrario. Relajarse, gritar un poco e incluso meterse en problemas.
-No soy un cabro chico y tampoco soy paciente –se queja. –No soy un santo pa’ que creas que no sé nada del mundo –dice con seriedad.
-Eso lo sabré con el tiempo –sueltas, pensándolo pero diciéndolo medio sin querer.
-Supongo...
No hubo más palabras hasta que Manuel tuvo que bajarse, entonces lanzó un “bye” simple y se bajó.
Fuera del tren, se colocaba los auriculares en los oídos mientras te saludaba con la mano. Correspondiste la despedida pero él no te vio.
Vuelves a tu apartamento cansada, todavía pensando en los chicos.
Sigues feliz.
Sin embargo, ves aproximarse los problemas como si fueran las nubes oscuras que anuncian la tormenta.
Buenoooo... he aquí mi nuevo fic (?)
Me copó la idea de hacer un reader donde el mismo fuera un personaje "secundario", ¿No? Me parece divertido c:
Bueno, dejen sus comentarios a ver si les gusta esto...? Volveré a lo que me apasiona, el humor xD

Martín, Manuel y Sebastián son de Rowein, sigo sin saber de quien es Daniel pero no me pertenece.
© 2013 - 2024 PokeStand
Comments58
Join the community to add your comment. Already a deviant? Log In
JupterCreek's avatar
Mierda, esta muy bueno! Es demasiado emocionante y por alguna razón me imagino mi escuela *-*